Sobre la idea de una moneda argentino-brasileña
El economista Ignacio Trucco analiza este proyecto binacional que tuvo mucha repercusión en los últimos días.
La posibilidad de que Argentina y Brasil compartan una moneda ha generado distintos tipos de expectativas, entusiasmos y, al mismo tiempo, extensas discusiones.
Probablemente, estas discusiones se deban al hecho de que no es claro y evidente cuál es la funcionalidad, el significado y el sentido de esta idea. Es que este tipo de cambios institucionales son muy importantes en el aspecto monetario. Sobre todo, para un país como Argentina, donde la moneda es un problema de primer orden.
Uno de las de los argumentos que se esgrimen al respecto de la iniciativa es el hecho de que, con una moneda de este tipo, el comercio bilateral entre Argentina y Brasil, que es muy importante para ambos países (más para Argentina que para Brasil), no requeriría pasar por una moneda de uso internacional, como es el dólar.
Sin embargo, es evidente que no se requiere una moneda común para intentar resolver este tipo de problemática. Eso es algo que ocurre en otros lugares del mundo, donde los recursos, los bienes y servicios que se intercambian evitan muchas veces pasar por el dólar porque, simplemente, lo hacen las monedas de los propios países con acuerdos de cooperación y colaboraciones entre bancos centrales.
El significado de una moneda común probablemente exceda los límites de evitar tener que utilizar el dólar como mediación. Se ponen en juego otros aspectos. Sin embargo, para valorar estos aspectos es preciso saber qué es lo que está antes, si el huevo o la gallina. En este caso, si la moneda está antes que la fortaleza de la economía que la sustenta o si la fortaleza de la economía es la que determina la fortaleza de la moneda y, por lo tanto, su papel, su funcionalidad, su impacto en las relaciones económicas.
Puestos a elegir en esta disyuntiva, que probablemente sea un poco forzada, me inclino más por la segunda opción. Es decir, que las monedas reflejan, en todo caso, las fortalezas de la sociedad que esa moneda expresa. No solamente la sociedad civil, sino también la fortaleza de sus aparatos burocráticos, su organización de tipo jurídico estatal, su proyección estratégica, etc.
“El solo cambio monetario, puede simplemente maquillar la repetición de viejos problemas”.
En cualquier caso, una moneda común, si no encuentra en las economías de Brasil y Argentina una suficiente articulación en materia comercial, de infraestructura científico técnica, de organización de las cadenas de suministro a nivel regional, de control estratégico de rutas comerciales, de proyección internacional, etcétera, difícilmente sea exitosa por sí misma. En general, los aspectos estructurales priman sobre los diseños institucionales, que después corren su suerte dependiendo de la fortaleza de la estructura económica y social.
La posibilidad de que Argentina y Brasil mantengan líneas de crédito flexibles para importación y exportación y el desarrollo de infraestructuras que permitan transportar recursos y personas a través del continente, Por ejemplo, el gas o los corredores bioceánico que atraviesan a todos los países de la América del Sur. O algunos. O una parte importante de ellos, son infraestructuras de primer orden que pueden proyectar una integración económica desde la cual una moneda se erija como la síntesis de ese proceso social y económico. A la inversa, el solo cambio monetario, puede simplemente maquillar la repetición de viejos problemas en un contexto de perspectivas de crecimiento de los precios de los commodities a nivel mundial, América Latina debería proyectar y priorizar su coordinación infraestructural y, sobre eso, montar una estrategia institucional monetaria que dé cuenta de esos objetivos.
* Ignacio Trucco es doctor en Economía, docente e investigador en el CONICET, UNL y UNER.