La Luna y la Fe

Concebidos para vivir en la luna...

 

 

 

 

Luis Arturo

 

Existe un pacto.

Es la condición del innato principio.

Imagen y semejanza.

Todos fuimos creados con un don.

Solo unos pocos logran expresarlo.

Es el carácter que la divinidad advierte ante la posibilidad de aceptarlo o no.

Podría especular con el origen de todo misterio.

Lo absurdo de dicho regalo que no siempre, el lugar donde nacemos, es el terreno adecuado para su desarrollo.

Podría afirmar, pero aquí me detengo, diría que el mayor obsequio es la fe.

Un enigma que conmueve y sin embargo a eso me aferro para darle sentido a lo que pretendo creer.

Llegamos completamente desprotegidos y en esos primeros años, quienes tienen a bien la misión de preservarnos no siempre llegan a percibir que no es un bicho raro lo que en suerte les tocó, sino un ser con alguna capacidad revelada.

El mundo no es un lugar donde predomine la mezquindad, aunque eso insinúe, sino que; como toda evolución, necesita de un tiempo para madurar en aspectos de capacidad para contener las manifestaciones que le suceden.

En un vaso una flor sin agua perece mucho más rápido y, probablemente, no lleguemos a experimentar el esplendor de su belleza, es necesario un cuidado que este a la altura de poder conservarse más tiempo por ya no pertenecer a una planta.

Recuerdo un chico, Octavio, lograba mover algunos objetos mirándolos, sus padres vivían atemorizados, dentro de su entorno, ellos se sentían incómodos, habían concebido un fenómeno y quien sabe con qué tara.

Cohibidos, con lo que desconocían, dejaron todo en manos del párroco de la iglesia y este a su vez desligándose de su preocupación lo derivó a un exorcista.

Antes de eso, para nosotros era un compinche que pateaba la pelota en los campitos del barrio y en algunas ocasiones, cuando el aburrimiento de algún día demasiado lluvioso se tornaba insoportable lo instábamos a que demostrase su habilidad.

Para nuestro universo era una práctica como cualquier otra, pero cuando se ignora, el temor vuelve al más valiente precavido, y como en esta época carecemos de una amplitud mayor de reflexión permanecemos impávidos a la realidad de los semejantes.

Acudimos a socorrernos con quien suponemos que está por encima nuestro porque es instruido y, sin embargo, la mayoría de las veces improvisan una solución y quienes sobresalían en un aspecto terminan apagándose en el mayor de las frustraciones.

Es lo que ocurrió con él y hoy ocupa el tema que siempre me perturbó entre estas líneas.

Toda alma tiene sensibilidad, unas se exteriorizan más que otras, en algún punto se muestran con una trascendencia que excede los límites de la simple esencia.

Permitir que se desenvuelvan es una ocupación de todos, estar en sociedad es la norma que constituiría la mejor manera de la realización.

Pero también la apatía es una posición para ocultar aquello que nos supera.

Las familias se enferman cuando empiezan a mirar para el costado, en nuestros antepasados, algunas casas escondían afines que aparentaban ser distintos o encubrían parientes que no atravesaban sus mejores momentos.

Vivian dentro de formas que eran parte de una comunidad que solo nivelaba hacia lo chato. Como mediocres hasta llegamos a mofarnos de aquellos que sobresalían por ser aplicados, educados y estudiosos.

Logramos aislarlos y desentendernos de su amistad.

Igual síndrome de ocultamiento utilizamos si algo nos avergüenza, cuando la situación denuncia que solo somos distintos.

Tememos el juicio del prójimo porque cometemos el error de ser parte de los que juzgan y creemos poseer un valor que solo el ego reconoce.

Cuando enfrento la desilusión de permanecer indiferente ante quien supongo sumiso caigo en la cuenta de estar a un paso de advertir la vergüenza propia de la soledad.

Nacemos bendecidos, es la existencia aquello que hace que permanezcamos en una evolución permanente o acabemos marchitándonos en el anonimato de no   saber qué hacer con ese presente, que tal vez, a algunos nos parece poco, si comparamos lo que en suerte le toco al vecino.

 

 

 

 

Luis Arturo Lomello

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