“LA FE QUE NOS ADOPTA”

Por Luis Arturo Lomello.

Mi madre me enseñó a rezar y también aportó en el catecismo, aunque fue mi padre quien dio sentido a lo aprendido.

 Entre ambos volcaron su amor incondicional coincidiendo en lo que a su seguridad resultaba grato a los ojos de su creencia.

 Los recuerdos de esa etapa son nítidos, cada instante sentado a la mesa repitiendo las oraciones o absorbiendo los preceptos leídos, evocan momentos que por su transcendencia están en sintonía y terminaron guiando mi vida.

 Una explicación válida para asegurar de que se trata la fe.

 En mi caso no dudo sobre la certeza del ejemplo de mis progenitores.

 Ellos abrazaron su credo y lo volcaron en su descendencia.

 Su gran amor los predispuso para creer que era lo mejor para sus hijos.

 Veo con agrado que por esencia nos inclinamos hacia lo que presumimos bueno.

 Nadie, en su sano juicio puede desear el mal a quien ama.

 La indiferencia es la que perturba la manera de comportarnos dentro de lo que intentamos sobrellevar.

 Como seres tenemos necesidad de sentirnos contenidos, perteneciendo a un concepto que vincule un entorno con principios para interpretar el sentido de la vida.

 ¿Adoptamos un Dios o este nos acoge?

La orientación ya está en nuestros genes, de igual circunstancia que otras actitudes relacionadas a la personalidad.

 Indudablemente somos amparados, no por someternos, sino por convencimiento de que ese camino dará un significado a la búsqueda.

Permitirnos la duda es resultado de la evidencia que toda revelación apunta hacia lo sublime.

 Nacemos perdidos en la forma literal del conocimiento y a medida que comienza el desarrollo vamos encontrando como seguir.

 Perseguimos lo que no nos afecta y desechamos aquello que no se adapta a lo que opinamos o simpatiza.

 Sobre iguales contextos inclinamos la decisión a lo que parece correcto.

 ¿Podemos entonces discutir que lo que aprendimos está mal?

 Al conocer individuos sin disposición de escuchar a los demás, suponemos que enfrentamos un necio, probablemente un fanático incapaz de desarrollar un pensamiento despojado de prejuicios.

 Asimilamos de acuerdo a la prudencia con que fuimos educados.

 Detenernos a reflexionar no forma parte de la primera etapa de la supervivencia.

 Cuando ya recorrimos un largo trayecto estamos en condiciones de permitirnos plantearnos hasta donde son veraces las nociones que respetábamos como tales.

 Nada es más válido que la propia experiencia.

 Es el argumento que esgrimimos como consecuencia de sostener lo que en la realidad nos sucede.

 La imagen que proyectamos es la evidencia de lo que nos posee.

 La bondad y la maldad forman parte de lo humano, una conciencia solo revelada a los elegidos, existe una orientación sobre la cual desarrollarnos, el medio donde nos desenvolvemos acaba disponiéndonos, inclinarnos para uno u otro lado no es una ocurrencia azarosa.

 El libre albedrío, concepto al cual se responsabiliza, termina no siendo una obligación meramente sensata.

 Cuando los ambientes donde acabamos prosperando son apacibles, el resultado probable es que seamos mansos, pero si en suerte vivimos situaciones violentas nada asegura que no quedemos malos en represalia a esa sociedad que no comprende que uno no elige en qué lugar va a nacer.

 ¿Entonces?

 ¿Quién tiene la culpa de ser como es?

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