LA BICICLETA DIEZ Y SIETE.

La bicicleta de Luis Arturo Santa Fe.

Si intento recordar el día exacto que logré andar en bicicleta, el solo repaso, sugiere que no tengo ni la más remota idea de cuando fue.

Presumo que a la mayoría le debe ocurrir algo similar.

Aunque tampoco consigo acertar con precisión la edad que tendría.

Lo que sí es innegable; que se hacerlo y me agrada, con el mismo entusiasmo de cuando estrenaba seis o siete años, que es el periodo en que casi todos alcanzan el cometido.

La infancia vuelve invulnerables a los jinetes hasta que comprenden el principio básico de la gravedad.

Vivir la niñez es el maravilloso estadio de iniciar.

Desafiarnos a emular las grandes hazañas contempladas en cuanta historia podamos fabular.

La ilusión no contaminada por los prejuicios propios de sostener una sensación real de libertad.

Los niños están llenos de asombro y sugestiones; la pregunta inquieta, pero a la vez manifiesta, consigue descubrir una situación que antes estaba velada a nuestros ojos, y de allí la perturbación que ciertas pretensiones logran provocar en quienes las atienden propiciamente.

Tanto el que consulta como el que aclara debe compartir o estar en el mismo estado de sorpresa, que es el fundamento de reflexionar.

Buscamos la felicidad, es la razón que sostiene la existencia.

Los métodos de como encontrarla se desvinculan y cada uno elige el suyo, todos acertados, más allá que los modos no tengan coincidencia con los propios, esa, es la esencia de la realidad.

En un instante perdemos la inocencia y es justo ahí cuando se presenta el pecado original que menciona el libro sagrado con el que fui instruido.

La revelación de creernos imperfectos, el dogma de todos los credos.

Una contradicción a esa frase que dice: a imagen y semejanza.

Domesticar a los pequeños no es empresa fácil.

Comprometernos a intentar es una cuestión de ofrecer sacrificar parte de nuestra tranquilidad.

¿Cómo evitamos someter a los críos si intentamos educarlos?

Tomar a la ligera este argumento puede terminar descubriéndonos la manera en que fuimos orientados a comportarnos como una especie contenida.

Si escarbamos un poco la superficie enseguida aparece lo que a simple vista no percibimos.

Debajo de toda corteza surge lo esencial, eso que no vimos, y solo los que se mantienen en un estado de ingenuidad notan.

La pureza es el estado máximo de la conciencia.

A través de ella nacen las demostraciones más bellas de la que es posible exteriorizar a través del alma.

En esa condición se da la transcendencia del encuentro con lo sublime.

¿Dónde se gestan las imágenes que representan lo eterno?

Las respuestas son el dialogo de formularnos las debidas preguntas.

Como criaturas divinas diferenciamos de otros ejemplares por comprender que estar no se limita solo a transitar, sino a transcender, inmortalizar a través de un suceso que perdurará en la eternidad.

Haber existido es lo conciso.

Una forma concreta más allá de la medida brutal que impone el tiempo.

Las abstracciones se alimentan dentro del ocaso de los recuerdos.

Cuando escucho: debemos volver a parecernos niños, encuentro todas las réplicas a las cuestiones que me he hecho toda la vida.

 

La bicicleta de Luis Arturo Santa Fe.

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