La bicicleta de Luis Arturo (Siete)

¿Qué determina si terminamos siendo buenos o malos? ¿Con qué óptica se aplica este criterio? Por Luis Arturo Lomello.

 

Gracias a una pendiente experimenté lo sencillo que resulta desplazarse, no tenía necesidad de pedalear. A medida que avanzaba, aumentaba el impulso y poco a poco recomponía mis ánimos. Haciendo memoria, supongo, que entre los ocho o nueve años descubri este efecto. Pretender alivianar un peso que sostengo, es similar a intentar llegar a un lugar por el camino más corto, contemplando que no existan obstáculos. Invariablemente, vivir nos enfrenta a determinar cómo obrar. El comportamiento es la relación con los demás. La condición de explorar en la realidad del otro, adivinar los mecanismos de cómo funciona la conducta. Comprender qué está bien y qué está mal. Tal vez, este sea un punto de inicio para advertir como educar. En la prudencia que crecemos vamos adoptando costumbres y hábitos que imaginamos son correctos.

¿Qué determina si terminamos siendo buenos o malos? ¿Con qué óptica se aplica este criterio? No somos mejores ni peores, solo diferentes y únicos. Tampoco la elección que aceptamos para desarrollarnos nos garantiza que sea la más atinada. La historia está llena de frustraciones y seguramente pensamos que la responsabilidad es de quienes nos orientaron, intentando formarnos académicamente. La propia curiosidad es la que da impulso hacia lo desconocido y es la pregunta: ¿Quién alimenta lo aprehendido? Entiendo en mí el reflejo de la luz e interpreto la angustia que es consecuencia de mirarnos nosotros mismos, la ventura es dirigir la mirada hacia fuera, de mi pequeñez hacia la grandeza que se presenta en las alturas. Si no me perturbo, la inercia se vuelve aceptable y el no hacer implica el fin. Terminar. Y no es para eso que fui creado.

La actitud con la que vivo es lo que sustenta mi esperanza. En la caida comprendo que, aunque no esté completamente satisfecho por cómo me desenvuelvo, es el modo que poseo para lograr advertir de qué se trata. Desde que existimos buscamos ser felices, y no siempre entiendo que lo que deseo está conformado por la alegría y la tristeza, una dualidad que mantiene en equilibrio todos los órdenes. Aunque puedo afirmar que para tener amigos no necesito hacer enemigos. Una certeza, y posiblemente una excepción a mi pensamiento. La amistad no sirve para la especulación. Es la puerta que se nos abre para apreciar la dicha. Es confesar que el único valor real de los seres pensantes consiste en estar para sus semejantes. Si continuáramos fuera de la fe, la verdad careceria de sentido. No acaece el pasado, ni el futuro, solo este presente leve, fugaz, sin medida. Lo innegable es lo que nos constituye, un montón de recuerdos. Morimos a medida que vivimos, sin vivir es imposible morir. El prójimo me da la perspectiva de la redención. Es la manera en que Dios se manifiesta y deja por sobreentendido su pacto. Somos su imagen y semejanza, que no lo advirtamos forma parte del misterio, secreto que se detecta al final de la cuesta, cuando revelo que mi vida no ha sido tan vana como presumía.

 

Luis Arturo Lomello

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