Hoy, a poco menos de un mes de cumplirse tres años del inicio del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, en los umbrales de las próximas campañas electorales, pensaba en lo que nos tocó vivir a todos, desde muchas ópticas diferentes y realidades distintas. En mi caso, trabajando desde el principio y sin descanso por mi actividad de aquel momento. Mis hermanos desde su lugar aportando en salud y en otros servicios esenciales. Mis padres encerrados por ser grupo de riesgo y así podemos nombrar miles de casos en todo el país.
Pero también pensaba en los perjudicados, en su economía con los cierres de emprendimientos y empresas, los millones de argentinos que vivían el día a día con incertidumbre y sobre todo pensaba en cuántos parientes, amigos, vecinos y conocidos quedaron en el camino, cuántos profesionales de la salud y de la seguridad dieron todo por los demás, dejando a sus familias durante horas e incluso durante más de un día entero. Por supuesto que no todo fue tristeza y negatividad. También hubo muchas cosas buenas como el acercamiento entre familias, los momentos de calidad en los hogares y esa posibilidad de ir volviendo al contacto con los demás a medida que se iban levantando las restricciones, se iba conociendo de a poco el virus y con el tiempo la recuperación plena de todos los derechos que, por decreto, se nos habían cortado.
Es en este sentido que en esta nueva normalidad, como se hizo conocer la vuelta a la vida normal por así decirlo, luego de alcanzar la inmunidad de rebaño que tanto se hablaba, otro de los términos con los que aprendimos a vivir, luego de tanto sufrimiento, de tanta incertidumbre en lo personal y laboral, con restricciones y libertades a medias, uno hubiese creído que todo eso de las peleas, los enconos o desavenencias que eran moneda común antes de la Pandemia que nos asoló durante más de un año, esa “GRIETA” que nos coloca de uno u otro lado. Porque parece que no hay lugar para los tibios, o aquellos que no piensan de una u otra forma y solo existieran dos verdades, hubiese sido el fin de la división que tanto mal nos hacía y valoraríamos lo que tenemos por sobre lo que perdimos, para algunos a muy alto costo económico y familiar. Pero no… ahí seguía esperando en silencio, inmutable, sin cambios en su esencia pendenciera, esa “GRIETA” que nos divide nuevamente a amigos y familiares, que nos reparte de un lado o del otro, que vuelve a traer diferencias a las mesas del bar o a la juntada del fin de semana, esa división que pareció no verse afectada en lo más mínimo, por todo lo que nombraba anteriormente.
¿Cuánto se necesita perder para valorar lo que ganamos? ¿qué bicho raro el ser humano no?
Un animal de costumbres que, por más que se lo encierre durante un año, se cambien sus costumbres, se modifique su entorno y luego se le devuelva todo a cuentagotas, no pierde su esencia combativa y egoísta, pierde el pelo, pero no las mañas solían decir nuestros padres y abuelos, pero por más que pasen pandemias, gobiernos y cuanta situación nos una temporalmente, creo que la realidad es una sola y terminamos dándonos cuenta de que a pesar de todo… NO APRENDIMOS NADA.