Las madres de la alteridad

Una reflexión en torno a la labor de la Asociación Civil para personas con autismo “Déjame entrar”. Por Andrés Cettour.

Ser madre de una persona con autismo es una identidad, a menudo doblegada, por la mirada de la discapacidad: aquella mirada que no ve a esa madre, aunque dice conocerla. Y eso obliga a todos, obliga al universo entero a poner de pie su vida más profunda, a erigirse como estatua para detener el atropello y salvaguardar las identidades de esas madres por encima de cualquier otro derecho.     

Un grupo de madres-estatuas vivientes pertenecientes a la Asociación Civil para personas con autismo “Déjame entrar” debieron salirse de sí y ponerse en movimiento en el gesto de la inmovilidad que crea este sistema para con el Otro. Debieron ir hacia su propia exterioridad para poder mostrar, en la misma costanera de Santa Fe, la vida interior de una madre de persona con autismo. Tomar el yo interior, tan rico y acallado, y ponerlo en juego frente al caos de la invisibilidad cotidiana de una sociedad que no las mira, ¿Bajo qué formas miramos a las madres de personas con autismo?

El lenguaje de las madres-estatuas es juego y recreación, tanteo, y también conjetura sobre el Otro. No se trata de una obra de arte en concreto, sino de volver la mirada sobre el lenguaje a través del cual miramos y construimos al Yo en el Otro. El lenguaje de las estatuas trae esa cosa muda que nos pone en tensión y en contemplación ante la sorpresa, ante la novedad del Otro… para poder atender lo que realmente sucede mientras se es. Nos invitan a ser el misterio de quién se es junto al Otro y vivir una experiencia de alteridad, como si fuera la primera vez. 

Y es aquí donde se representa nuestra obra. Y no hay obra sino allí donde hay personas capaces de representarla. Donde una estatua viviente, una superficie sólida en un cuerpo humano, encarna la aprehensión estética del amor de madre a hijo. Porque cada estatua tiene dentro de sí un alma: la más amorosa, la más herida, la más exigida que exista. Y en su corazón sentimos algo de su tormento y fatiga: la emoción trágica de quien ve, en desequilibrio constante, el perpetuo caos de ser sistemáticamente invisibilizadas. Caos íntimo al cual cada madre se empeña diariamente en dar forma. Caos en el cual la han dejado sola en plena vereda y sin defensa, porque el análisis más lúcido de las practicas inclusivas estatales no consigue disolver la superficie sólida de la realidad. Mientras que el amor de madre trae consigo la posibilidad de transfigurar la realidad, de cambiarla para siempre.

Rimbaud lo dijo de una vez: “Hay que cambiar la vida”, en una mirada atenta a lo singular, sensible, implicada en el mundo. La implicación con el Otro nos insta a la posibilidad de ‘escuchar’, ‘ver’ algo más que marginación y soledad y encontrar la fuerza vital que nos sostiene a todos entre lo ficcional y lo real, la risa y el llanto, el sueño y la poesía. Nos propone vivir en tensión creativa, a través de un vínculo amoroso y nos da la posibilidad del encuentro de Otros en uno mismo. Es la posibilidad de ser uno y ser Otro, dentro de una relación amorosa que sucede siempre en una experiencia de alteridad.

Y así culmina nuestra obra, en un vivido y diverso cuadro artístico donde lo maternal vela por la alteridad. Y por todo ello, no puedo irme del evento sin que la ternura sea mi sentimiento dominante, esa ternura que me hace volver a ella cada vez que puedo. Y pienso una vez más en tantas frases sobre la alteridad y pienso:

“Se puede ver a un Otro dándose la mano a uno mismo”.

Se puede ver con ternura en los ojos y tomar en las manos, la libertad y la alegría. El amor por esas madres que, día a día, con coraje y decisión son el rostro calmo para jóvenes y niños.

 

Texto: Andrés Cettour

Fotos: José Cettour

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